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Miguel Otero Silva |
El programa de hoy lo dedicamos a una novela
eminentemente venezolana como es “Casas Muertas” de
Miguel Otero Silva. Evidentemente
son pocos los escritores
contemporáneos y latinoamericanos que logran
expresar con un lirismo tan apasionado, al crear una novela de
características especiales donde la literatura hace transitar a los personajes
en torno a una ciudad real, con una historia fidedigna, que inspirara a su
autor a escribir esta obra, la cual en
su decadencia y agonía logra identificarse plenamente el escritor y comparte sus angustias
y sus penas, con sus propios pobladores en un
irremediable y fatal destino.
Es Miguel Otero Silva (1908-1985), el genial artífice de
esta obra, un clásico legítimo de la literatura venezolana, que se convirtiera
en su mejor novela y que fuera publicada en 1955. El llano venezolano, puntal
fundamental de la venezonalidad se halla en esta obra presente, y es Ortiz una
ciudad llanera de nuestros más caros afectos, que por su cercanía se hermana
con nuestros Morros Sanjuaneros.
Hoy día, cualquier
viajero que pase por Ortiz, con destino a los llanos guariqueños, también de
los apureños y de algunos otros destinos perdería poco tiempo y por sobre todo
ganaría mucho en conocimiento y solaz, entrar a la ciudad, detenerse unos
minutos para contemplar su plaza, su
iglesia y algunas fachadas centenarias, casi todas ruinosas, pero llenas de
embrujo y de historia.
Ortiz, la ciudad
protagonista geográfica e histórica de esta novela, que fuera llamada otrora y
con todo acierto, la Rosa de los Llanos es un pueblo olvidado, que luego de un
envidiable esplendor en que llegara hasta a ser capital del Guárico,
(1874-1881), durante la primera presidencia de Guzmán Blanco, La naturaleza se
ensaña despiadada, -en aquellos tiempos en que transcurre la novela- debe soportar las más ancestrales e
inmisericordes pestes, el paludismo, la hematuria, (una plaga que produce
ulceraciones de la piel), enfermedades de todo tipo que diezman a sus
pobladores y obligan a los aún conservan la
vida, a emigrar de su territorio.
En 1855 se presenta una epidemia de cólera que produce
muchas bajas en su población. Posteriormente a principios del siglo XX, Ortiz
fue azotada por el paludismo o malaria que origina el éxodo de sus habitantes,
el cual se hizo más dramático y para
finalizar en 1918 cuando la peste española acabó de manera definitiva con la
población restante.
El tema político
no escapa a su desventura; una dictadura
de las no pocas que hubiera el país de soportar, acrecienta e intensifica las
calamidades. Esta es precisamente la
dictadura de Juan Vicente Gómez y que el autor le dedica unas líneas. Nos
referimos a los16 estudiantes que hacen una escala en Ortiz una madrugada de un
domingo de noviembre de 1926 1926, antes de ser trasladados en una localidad
próxima como fuera Palenque, que aún existe olvidada por todos los gobiernos.
Existía allí una cárcel, más propiamente
una especie de campo de concentración, cercado con alambres de púas, donde a
duras penas su población carcelaria, la cárcel estaba destinada a presos
comunes lograba sobrevivir Otero Silva
nos lo describe en el capitulo VII
Carmen Rosa, el personaje principal y real que el autor
conserva su verdadero nombre, en un
pasaje de la novela leemos>>>
“Aquella noche
Carmen Rosa permaneció muchas horas inmóvil, a la luz de la lámpara que doña
Carmelita había traído consigo. Las sombras borraron el color de las flores y
el perfil de las matas, destacándose solas contra el cielo las ruinas de la
casa vecina.
Había sido una casa de dos pisos y las vigas rotas del
alto apuntaban por sobre de las ramas de los árboles como extrañas quillas de
barcos náufragos. Una casa muerta, entre mil casas muertas, mascullando el
mensaje desesperado de una época desaparecida. Todos en el pueblo hablaban de
esa época. Los abuelos que la habían vivido, los padres que presenciaron su
hundimiento, los hijos levantados entre relatos y añoranzas.
Nunca, en ningún
sitio, se vivió del pasado como en aquel pueblo del Llano. Hacia adelante no
esperaban sino la fiebre, la muerte y el gamelote del cementerio. Hacia atrás
era diferente. Los jóvenes de ojos hundidos y piernas llagadas envidiaban a los
viejos el haber sido realmente jóvenes alguna vez”.
En el presente, Ortiz es un pueblo pequeño y tradicional,
con mucho de la clásica y también censurable indiferencia llanera. Tiene sí, el
indiscutible encanto de que nadie está allí apurado ni estresado. En estos
tiempos en donde pasear por Caracas y otras ciudades no tiene nada de la gracia
de otras épocas, todavía Ortiz conserva una amable acogida en que siempre que
podemos, al regreso de los llanos, nos
detenemos el tiempo suficiente para tomar algún refrigerio, estirar las piernas
y disfrutar de su encanto pueblerino.
En muchas
oportunidades curioseamos lo que escondían en su interior las viejas fachadas
de sus casas distinguidas y lujosas de su época de esplendor. En una esquina,
frente a la plaza aún se yergue aunque algo trémula, una vieja casa de dos
plantas, que según los informes de los vecinos había en ella bailado Bolívar,
en una de las tantas reuniones que allí se celebraban.
Probablemente sea
cierto, todas esas casas están llenas de
historia que sería importante estimar, no descuidar y sí dedicarles
tiempo, buena voluntad y recursos por parte de la Administración Pública y así
lograr -para bien de la patria, que es el bien de todos- volver a la vida y a
la estima, a aquellas Casas Muertas de que nos describiera con tan cautivante
inspiración, Miguel Otero Silva en su célebre novela…
Fernando Rodríguez Mirabal, nuestro amigo de tantos años,
desde ya hace tiempo es el cronista de
Ortiz.Todavía mantiene, nítida en su memoria, la imagen de Miguel Otero Silva
entrando a “La Rodriguera”, la casa familiar, en donde conversaba largamente
con su abuela doña Beatriz Rodríguez de Rodríguez, cuyos relatos y anécdotas le
sirvieron de insumo para escribir su famosa novela “Casas Muertas” en la que
narra la tragedia y el desplome de este pueblo guariqueño a causa de las
enfermedades, las fiebres, el paludismo, que azotaron a la Venezuela de
principios del siglo XX.
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El autor con el Prof.. Fernando Rodríguez en "La Rodriguera" (2010) |
Rodríguez era apenas un niño cuando Silva llegaba al
pueblo a bordo de un auto Packard negro acompañado de la cineasta Margot
Benancerrat. Hoy, casi 60 años después, en la misma casa “La Rodriguera”,
sentado en los mismos muebles que acogieron al escritor, don Fernando se
recuerda jugueteando en el patio y la voz del visitante diciéndoles “muchachos
tomen”.
“Otero Silva llegaba cargado de caramelos. Imagínese
usted, ¡chocolate Savoy en Ortiz en el año 1950!. Y le traía regalos a mi
abuela .Le trajo un chal bellísimo”, evoca don Fernando.
Agrega el cronista que Otero Silva incluyó a su abuela en
la novela como la “señorita Berenice” y su padre Nicanor Rodríguez es el
“monaguillo Nicanor”.
En su libro Semblanzas orticeñas, obsequiado al Correo
del Orinoco, don Fernando incluye la descripción que Otero Silva hace de la
señorita Berenice en Casas Muertas:
“Siempre vestida de blanco con visos de nube y de velero,
olorosa a jabón recién bañada con aguas del Paya se presentaba la señorita
Berenice a dar sus clases en la escuelita de Ortiz”.
Cuando Otero Silva publicó su novela vino a Ortiz
portando un ejemplar autografiado de aquella primera edición y una dedicatoria
muy particular : “A la señorita Berenice”.
“El mismo, sentado en estos bancos, le leyó a mi abuela
parte de los capítulos. Esa novela autografiada se me perdió. He movido cielo y
tierras buscándola, pero no la he conseguido”, dice don Fernando.
Ortiz esta ubicado a unos 40 kilómetros al sur de San
Juan de los Morros, la capital guariqueña.